miércoles, 28 de enero de 2015

Desarmonización


     Es más atrayente una esfera perfecta de un color blanco puro (como puede ser una perla perfecta) que una patata podrida. Es más caro un coche cuyos contornos forman una figura suave que uno destrozado por un accidente.

     Nos atraen las formas en las que los más pequeños detalles trabajan para conformar una figura concreta en la que cada matiz individual trabaja para ser parte del todo. Algo así como los diminutos cristales de un rascacielos que trabajan para ser un diferencial de la macroestructura que definen.

     Esta armonía de las formas trae orden.

     En el orden está la estaticidad, la quietud. La energía y el movimiento radican en el desequilibrio. Una batería funciona por desequilibrio de energía de enlace electrónico, la lluvia cae por un desequilibrio de densidades, los coches se mueven por un desequilibrio de temperaturas...

     Para crear movimiento, para crear vida y cambios es necesaria la desarmonización. Un eje excéntrico, un plano inclinado, un vaso de cristal en el borde de una mesa, la chimenea encendida o no llegar a fin de mes.

     ¿Cómo es posible que nuestra tendencia a la armonía no nos lleve cada vez más a ella? Dicen los físicos que cada vez nos alejamos más de ese orden que buscamos. Si una pieza puede desordenarse en algún momento lo hará y lo seguirá haciendo hasta que no quede nada que pueda ordenarlo.

     ¿Sería posible hallar la armonía dentro del propio desorden? Apreciar esa esfera blanca perfecta conformada por ese microscópico musgo blanco que no deja de bailar a ritmo de la mezcla de todas las canciones que existen y que no.

   

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